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Propósito que emerge v/s propósito construido




“El propósito es una definición que se cuelga en las paredes, pero no es suficiente. Necesitamos corazón”.

“Ya trabajamos en la construcción de propósito, ya está colgado en la pared. Ahora necesitamos algo que nos dé sentido”.

 

Me ha tocado varias veces escuchar frases como estas en diferentes instancias de trabajo con equipos y líderes. Esto me sorprende mucho porque, como facilitadora sistémica, me hace ver lo mal entendido, o, mejor dicho, la versión limitada que se tiene del propósito. Porque el propósito no puede ser una mera definición colgada en la pared, y menos aún, una definición que no inspire, desconectada del corazón.

 

¿Por qué sucede entonces que se limita el propósito? Creo que es por dos motivos.

 

Primero, porque como dijo un líder, al escribir el propósito se pierde mucho. El lenguaje encaja, encierra, ahoga, nos queda corto. Entonces el propósito muchas veces necesita algo más que palabras para poder ser puesto en un papel, quizás es mejor que sea una canción, quizás una emoción, quizás un dibujo, quizás un movimiento... ¿cómo ponemos algo que no tiene palabras en un papel? Si el propósito es finalmente una energía, la energía que da vida y sentido a una organización. ¿Cómo hacemos para describir esa sensación?

Y lo segundo, porque los escribimos en instancias que no pasan por el cuerpo y la emoción. Al hacer constelaciones de propósito se siente una energía en la sala, salen palabras, se abren nuevas visiones, se generan conexiones no vistas, y de repente, sale una definición. Pero es una definición que viene de otra parte, no desde personas desconectadas trabajando desde su cabeza, sino de personas que se conectan profundamente y pasan a ser partes de un sistema que tiene inherente un propósito. Entonces ahí EMERGE el propósito. Dejando de ser solo una definición que se construye, sino que primero se siente de la conexión profunda con el corazón. Y solo ahí se verbaliza. (Más o menos bien, y con los riesgos que esto conlleva).

 

Trabajar con un propósito que emerge más que uno que se construye, es una goma que une y da dirección. Pero esto no es fácil, porque hay que abrirse para poder sentir. Y esto implica hacernos vulnerables, ponernos incómodos, ver y tomar dolores en nuestra historia, escuchar al fundador, implica vernos a los ojos, implica darle un lugar a otro, desde la emoción. Implica Re-conocer. Y a veces incluso, dejar morir: nuevos modelos, creencias, identidades, seguridades, etc.

 

¿Vale la pena hacer esto? Sí, porque los desafíos de complejidad que hoy viven las organizaciones requieren del liderazgo de equipos más que de personas individuales, y que esos equipos sean liderados por el propósito. Y esto se hace juntos, con compromiso y valentía, en relación. Abiertos a todo lo que trae el ser humano y a la vida que quiere fluir a través de nuestra organización. Abiertos al propósito real, sin caretas, tal como somos- simples seres humanos en un viaje de propósito, hacia un destino incierto, en evolución.


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